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Perdona, para que puedas ser perdonado

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”

(Lucas 23:34)

fue el grito de Cristo hacia los que lo crucificaron. Si el perdón fue el grito del corazón de nuestro salvador incluso cuando estaba colgado de la cruz, ¿cuánto más deberíamos estar dispuestos a perdonar a los que nos persiguen? Para muchos de nosotros en este momento, es una temporada de viejas heridas que salen a la superficie; ya que el Señor quiere traer sanidad en esas áreas de nuestra alma. Cuando surgen viejas heridas, a menudo surge la necesidad de perdonar y Jesús nos dice expresamente que para ser que seamos perdonados, debemos perdonar nosotros primero (Mateo 6: 14-15).

 La iglesia primitiva estaba en un solo sentir con respecto al perdón. Cipriano, un padre de la iglesia primitiva del siglo III, escribió acerca del “Padre Nuestro”:

Seremos perdonados por nuestras ofensas al perdonar a los que nos ofenden, sabiendo que no podemos obtener el perdón de nuestros pecados a menos que otorguemos el mismo perdón a los que pecan contra nosotros. Al respecto dice en otro lugar: “Con la medida con que midas, se te medirá”. Y al siervo que, después de que el Señor le haya perdonado todas sus ofensas, no quiera perdonar a su consiervo, será enviado a prisión. Debido a que no estaba dispuesto a perdonar a su consiervo, perdió lo que el Señor le había perdonado. (1)

Cipriano explica aquí, que el perdón es condicional. Solo podemos ser perdonados por Dios, si perdonamos a los demás. En la misma medida en la que perdonamos, es esa misma medida con la que seremos perdonados. Todos somos todavía pecadores necesitando el perdón de Dios. Entonces, si esperamos que se nos otorgue ese perdón, también debemos brindar ese mismo perdón a los demás. El apóstol Pablo, a los santos fieles en Colosas, les exhortó a perdonar, una señal de aquellos que verdaderamente fueron resucitados con Cristo:

“Vestíos, pues, por tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, vestíos de entrañable tierna misericordia, de benignidad, bondad, de humildad, de mansedumbre, y de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros, si alguno tuviere una queja contra otro; de la manera que así como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”. (Colosenses 3: 12-13)

Orígenes, el padre de la iglesia primitiva de los siglos II-III, escribió lo siguiente, confirmando la posición de Pablo:

“Por eso os digo que el reino de los cielos es semejante a cierto rey, que quiso hacer cuentas con sus propios siervos”. (Mateo 18:23) El concepto general de la parábola es enseñarnos que debemos estar dispuestos a perdonar los pecados cometidos contra nosotros por aquellos que nos han agraviado, y especialmente si después de la injusticia, el que la ha hecho suplica al que le ha hecho mal; agraviado, pidiendo perdón por los pecados que ha cometido contra él. Y esto la parábola desea enseñarnos al representar que incluso cuando Dios nos ha concedido el perdón de los pecados por los cuales hemos recibido remisión, se exigirá la exacción aún después de la remisión, a menos que perdonemos los pecados de aquellos que nos han agraviado, de modo que ya no quede en nosotros el menor recuerdo del agravio cometido, sino que todo el corazón, asistido por el espíritu de olvido de los agravios, que no es una virtud común, nos ayude a perdonar al que nos ha agraviado con aquellas cosas que esa persona haya hecho perversamente contra cualquiera de nosotros, incluyendo la traición. (2)

Como si no estuviera lo suficientemente claro por lo que ya hemos discutido, Orígenes expone que a menos que perdonemos a los que nos han hecho daño, aún teniendo el perdón que Dios ya nos ha otorgado, éste quedaría nulo y sin efecto. Nuestros pecados ya no serán quitados de nosotros tan lejos como el oriente y el occidente (Salmo 103: 12). Orígenes continúa escribiendo que incluso el recuerdo del mal que se nos hizo debe ser eliminado por completo de nuestro corazón, con la ayuda del Espíritu de olvido del mal.

Con lo que el Señor está trayendo a Sus santos en este momento, el perdón es un mensaje muy oportuno. Al comprender que es un requisito de nuestra salvación perdonar a los que nos han lastimado, no podemos permitirnos el lujo de aferrarnos a la falta de perdón. No hay duda de que todos nosotros hemos luchado por perdonar, y tal vez algunos de nosotros estemos en ese lugar en este momento, pero no tenemos que hacerlo solos. Si todos somos verdaderamente honestos con nosotros mismos, realmente no podemos perdonar por nuestra cuenta. Debemos clamar al Señor para obtener un corazón para perdonar y pedirle que nos de Su Espíritu de olvido de las malas acciones, para que el perdón pueda ser completo en nuestros corazones. A Dios sea toda la gloria. Amén.

Referencias:

1. Cipriano, Tratados de Cipriano, Tratado IV – Sobre la Oración del Señor, Capítulo 22 [énfasis añadido]

2. Orígenes, Evangelio de Mateo, Libro 14, Parte 6 [énfasis agregado]

Todas las referencias de las escrituras son de La Santa Biblia: Reina-Valera 1995.



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